La niña de cabello rizado, que no ondulado sostiene la pieza entre temblorosos dedos,
su respiración agitada anuncia un momento largo tiempo deseado, acerca muy despacio su mano al hueco de inmenso vacío. De un modo tan suave, tan certero movimiento, como al cazar mariposas nocturnas. Así la posa, a ella, como si fuese el objeto más delicado, más preciado de la galaxia.
Se para el tiempo.
Sucede el instante en el que la pieza encuentra su lugar.
El puzle queda así completado. El juego, por fin acabado.
Como si fuera la llave de un portal mágico, algo acaba de ser activado.
Filigranas de luz recorren recovecos, extienden sus haces por toda la habitación.
Ante unos ojos como platos se suceden mil y una imagen,
obra del mejor ilusionista.
Ora sirenas, ora indios con hogueras, allá esta el viejo Cuentacuentos, y Tom son su sombrero.
Pegaso y Fenix juegan cerca del techo.
Los duendes corretean por el cuarto Don TicTac perdió la manecilla.
Las maravillas, oxidadas, brotan del país del olvido con desenfreno, farorillos se le enredan por el pelo.
Fantasía, tanto tiempo contenida, gime de alegría, extendiendo con zarcillos, la mas bella enredadera con capullos no floridos, más bien serían nidos, huevos que eclosionan ¡paraguas rojos y algún súcubo!
géodas y prismas, ninfas de las marismas, arcos con iris y pupila, monstruos galopantes y garrapatas pedantes, paisajes con hasta tres lunas y luciérnagas titilantes. Aros de cebolla y otras cosas que no se pueden nombrar.
Ante la explosión final.
Aparece:
El de los Milnombres. Su bigote maleante susurra, apoyado en su cayado con su pipa Creamundos.
Que, ¿otra partida?
Del abrigo de retales y bolsillos, extrae, con mano sibilina, una extraña cajita, llena hasta los topes de cientos de fichas, hartas del caos anhelan un poco de orden.
La mirada antes limpia, tornase algo adicta, y es que lo que es ella, ya no olvida, ludópata de fantasía, visualiza orgías interdimensiones, reales, irreales, con chorros de energía y empatía.
No le queda otra, o acepta el reto, o se acabó el juego.
Prométeme que si vuelves a ver al de los Milnombres le vas a preguntar por esas tres lunas; pues yo antes vivía en una, toda llena de cráteres pero bien linda y joroschó al fin y al cabo, y ahora no sé en cuál de ellas estoy. Y es raro. No sé si son de veras mágicos satélites siderales como sonrisas de Chesire o farolas artificiales que pa-parpadean con una luz inventada para irse a apagar en el momento más inoportuno dejándome otra vez solo y a oscuras y sin saber a dónde ir. Pregúntale eso.
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