Después de que mi cerebro tenga en modo on, pensamientos tales como los formulados en Zeitgeist: Moving forward, mi imaginación, siempre dispuesta a volar, se aleja de esos bucólicos paraísos que acostumbra a frecuentar, para aterrizar en otras muchas de las distintas realidades sociales que existen, a tantos millones luz de la mía, gente que muere por no tener ese nuevo invento llamado dinero, gente que vive muerta; me asusto al ver zombies por las calles de mi mundo y que a nadie le parezca extraño.
Tirada en el campo, cansada de jugar a ver formas en las nubes, despliego mis alas y acabo sentada en el satélite tan hermoso que tenemos, la Luna... desde allá veo a la Tierra muy chiquitina, me habla y me susurra una canción que ni es de amor, ni te suena bonita.
Me cuenta historias sobre sus habitantes.
Entonces, picada por la curiosidad y prefiriendo conocer por mi propia experiencia, hago un zoom y voy viendo, como si estuviese en un avión, a Gaia desde arriba, las ciudades me recuerdan a hormigueros luminosos.
Si me acerco más, veo a gente andar por la calle, sola o acompañada, veo humo y denso tráfico y más humo del que envenena el cuerpo y el espíritu, lo que no veo casi es el color verde que tanto me apasiona. Que triste.
Vuelvo a apretar el botón y soy capaz de notar, con utilizar solo un poco de sutileza, miradas de desprecio hacia gente que vive en la calle, que muere en la calle; gritos silencioso de ayuda, que nadie escucha, tras máscaras de quilos y quilos de maquillaje; veo como esas dos ventanas, tesoro preciado que tenemos los humanos, son usados para juzgar a tus hermanos, puestos en modo desconfianza.
Pero si amplio más la imagen, soy capaz de meterme en el interior de cada persona a la que miro, y lo que suelo encontrarme casi siempre es a un niño que llora desconsolado porque no entiende nada de lo que está pasando, veo inseguridad, veo pavor.
Veo que con una sonrisa puedes hacer que el niño sonría también. Veo que al mundo le falta mucho, mucho, pero que mucho amor y comprensión.
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